viernes, 4 de octubre de 2013


¿Qué ocurre sin verdadera libertad de prensa y de opinión?

Por: Aquiles Córdova Morán.

 Con un desplegado en mano, en el cual no se hace ni se dice más que la estricta verdad de lo que ha venido sufriendo el antorchismo mexiquense como “castigo” (más bien represalia) por su firmeza y tenacidad en defensa de los intereses de la gente pobre y desvalida que se agrupa en sus filas, el director de la oficina de prensa y publicaciones del Movimiento Antorchista, Ing. Homero Aguirre, recorrió en días pasados las redacciones de todos los grandes medios impresos de la capital. Todos (con una sola excepción) rechazaron el escrito por una y la misma razón (aunque cada quien la manejó a su manera): porque en él se señalaba expresamente, con nombre y apellido, a los personajes poderosos que se esconden detrás de la campaña de mentiras, amenazas e intimidación contra el antorchismo mexiquense.

 Esta no es la primera vez que nos sucede algo así. Quien escribe, publicó durante varios años sus puntos de vista en un conocido diario nacional que, por razones que desconozco, traía “pleito casado”, como suele decirse, con el actual inquilino de Los Pinos. Bastó, pues, que un día escribiera algo que, a oídos del censor, sonó como laudatorio hacia el enemigo jurado, para que se desatara en mi contra una serie de presiones y de medidas hostiles más o menos embozadas, que no cesó sino con mi salida del diario. Otro antecedente. Un conocido conductor de un noticiario televisado, sin saber cómo ni por qué, un buen día, aprovechando una “entrevista” telefónica que le hacía al entonces presidente municipal de Chimalhuacán, el biólogo Jesús Tolentino Román,  intempestivamente comenzó a agredirlo: lo acusó, ninguneó, regañó y amenazó de modo intolerable e indignante, aprovechándose de su ventaja con el micrófono (la entrevista está grabada y puede consultarla quien lo desee). Comenzamos a defendernos pero la defensa duró poco: primero se rechazaron mis trabajos semanales en que abordaban el tema y, al final, como ahora, los medios se negaron a publicar, incluso, una inserción pagada en que nos defendíamos de los ataques más recientes del señor. El argumento fue que los medios donde éste trabaja habían amenazado con tomar represalias contra quien publicara nuestra versión de los hechos.
       En nuestro país, la libertad de prensa y de opinión es una libertad completamente ilusoria, una libertad “de papel” para la inmensa mayoría de los mexicanos, por la sencilla y obvia razón de que los medios elementales indispensables para su real ejercicio están completamente fuera de su alcance, amén de que las herramientas educativas y culturales que se necesitan para poder manifestarse por escrito también son monopolio de unos cuantos que han tenido el privilegio de educarse. Por tanto, todo el que habla, defiende y pelea por los derechos mencionados, habla siempre, aunque no lo diga o no tenga conciencia de ello, de la libertad de quienes tienen a su alcance un medio (escrito, hablado, electrónico), propio o de sus empleadores, para hacerse escuchar. Es decir, no defiende un derecho popular, equitativamente repartido, sino elitista, monopólico, unilateral y, por tanto, fuente de abusos, distorsiones y manipulación de la verdad en provecho de intereses muy poderosos de los que el verdadero pueblo no tiene ni idea.
            Tal situación del noble derecho del ser humano a pensar y a decir lo que piensa,  es en su mayor parte responsabilidad del Estado y del gobierno que lo representa, puesto que son ellos los encargados de velar por el respeto y real aplicación de esta garantía. Pero, como lo prueba palmariamente lo ocurrido con el desplegado de Antorcha, la dolorosa realidad es que, en este terreno al menos, no hemos acabado de dejar atrás la ideología característica de las monarquías absolutas según la cual, la persona del “soberano” es intocable, sagrada, y cualquier alusión desfavorable a ella, sin importar cuán verdadera y justa sea, debe perseguirse y castigarse con todo rigor como un delito de lesa majestad que pone en peligro la estabilidad del reino o del imperio. Como dijo en sentencia memorable el virrey Conde de Revillagigedo: al pueblo sólo corresponde ver, oír, callar y obedecer.
            ¿Y qué parte del problema nace del carácter privado de los medios masivos de información? Es obvio que, dada esta condición, la libertad de pensamiento y de manifestación libre del mismo queda automáticamente sometida, subordinada a la propiedad privada, misma que ha sido definida por los clásicos como el derecho al uso y abuso del bien de que se trate, es decir, que los intereses de sus dueños están siempre por encima del interés público. Pero en esto prefiero no atenerme sólo a mi opinión, que pudiera considerarse prejuiciada. Llamo, pues, en mi auxilio, a un escritor y político cuya opinión no puede ser sospechosa de “izquierdismo” dado que fue, por mucho, el mejor ideólogo de los conservadores mexicanos del siglo XIX. Me refiero a don Lucas Alamán, quien en 1848, criticando la libertad de prensa establecida en la Constitución de Cádiz de 1812, escribió lo que sigue:
            “…hecha ya la independencia, los partidos se apoderaron de la prensa para sostener sus intereses, pero eran todavía <<intereses de partido>>. En estos últimos días la prensa ha venido a ser un mero tráfico comercial: el impresor, por sacar utilidad de su imprenta, establece un periódico y para redactarlo, ocupa a salario algunos jóvenes que han mal acabado sus estudios de jurisprudencia o medicina; y los que todavía podrían apenas defender un pleito o curar una enfermedad grave, se constituyen en directores pagados de la opinión pública, que extravían a competencia, para hacer que tenga más suscriptores el periódico que redactan. Todas las naciones están siendo víctimas de esta plaga asoladora. Y cuando la actual sociedad política haya sido destruida […] arrebatada al exterminio por el desborde de la prensa periódica asalariada […] las nuevas sociedades que se formen […] preguntarán con asombro […] ¿Cómo han perecido naciones tan poderosas y florecientes? A lo que no habrá más contestación que la que Cicerón dio dos mil años hace a semejante pregunta, tomándola de los versos de Nevio: “Influyeron en sus destinos, en la tribuna y por la prensa, jovencitos presuntuosos, ignorantes y novicios en el arte de gobernar naciones”.
            He aquí, de mano muy confiable, el grave daño que se deriva de entregar toda la prensa, sin limitación ni regulación alguna en su funcionamiento, a los intereses privados; de elevar a la categoría de seres de otro planeta, absolutamente incapaces de error o mala fe (e inimputables por tanto, hagan o digan lo que quieran), a los “profesionales” de la comunicación, al mismo tiempo que se silencia a sus críticos y a quienes pudieran hacer algún contrapeso a su poder avasallador; y del dislate político, tan en boga en nuestros días, de convertir a columnistas y editorialistas en influyentes consejeros ex oficio de gobiernos y gobernantes en las delicadas cuestiones relativas al buen gobierno de la nación. Según don Lucas Alamán, lo que nos espera, de seguir por este camino, es el caos y la destrucción misma de todo lo que, como nación civilizada, hemos construido entre todos. Ni más, ni menos. 

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