¿Qué ocurre sin verdadera libertad de prensa y de opinión?
Por: Aquiles Córdova Morán.
Con un desplegado en mano, en el cual no se hace ni se
dice más que la estricta verdad de lo que ha venido sufriendo el antorchismo
mexiquense como “castigo” (más bien represalia)
por su firmeza y tenacidad en defensa de los intereses de la gente pobre y
desvalida que se agrupa en sus filas, el director de la oficina de prensa y
publicaciones del Movimiento Antorchista, Ing. Homero Aguirre, recorrió en días
pasados las redacciones de todos los grandes medios impresos de la capital. Todos
(con una sola excepción) rechazaron el escrito por una y la misma razón (aunque
cada quien la manejó a su manera): porque en él se señalaba expresamente, con
nombre y apellido, a los personajes poderosos que se esconden detrás de la
campaña de mentiras, amenazas e intimidación contra el antorchismo mexiquense.
Esta
no es la primera vez que nos sucede algo así. Quien escribe, publicó durante
varios años sus puntos de vista en un conocido diario nacional que, por razones
que desconozco, traía “pleito casado”, como suele decirse, con el actual
inquilino de Los Pinos. Bastó, pues, que un día escribiera algo que, a oídos
del censor, sonó como laudatorio hacia el enemigo jurado, para que se desatara en
mi contra una serie de presiones y de medidas hostiles más o menos embozadas,
que no cesó sino con mi salida del diario. Otro antecedente. Un conocido
conductor de un noticiario televisado, sin saber cómo ni por qué, un buen día,
aprovechando una “entrevista” telefónica que le hacía al entonces presidente
municipal de Chimalhuacán, el biólogo Jesús Tolentino Román, intempestivamente comenzó a agredirlo: lo acusó,
ninguneó, regañó y amenazó de modo intolerable e indignante, aprovechándose de
su ventaja con el micrófono (la entrevista está grabada y puede consultarla
quien lo desee). Comenzamos a defendernos pero la defensa duró poco: primero se
rechazaron mis trabajos semanales en que abordaban el tema y, al final, como
ahora, los medios se negaron a publicar, incluso, una inserción pagada en que nos
defendíamos de los ataques más recientes del señor. El argumento fue que los
medios donde éste trabaja habían amenazado con tomar represalias contra quien
publicara nuestra versión de los hechos.
En nuestro país, la libertad de prensa y de opinión es una
libertad completamente ilusoria, una libertad “de papel” para la inmensa
mayoría de los mexicanos, por la sencilla y obvia razón de que los medios
elementales indispensables para su real ejercicio están completamente fuera de
su alcance, amén de que las herramientas educativas y culturales que se
necesitan para poder manifestarse por escrito también son monopolio de unos cuantos
que han tenido el privilegio de educarse. Por tanto, todo el que habla,
defiende y pelea por los derechos mencionados, habla siempre, aunque no lo diga
o no tenga conciencia de ello, de la libertad de quienes tienen a su alcance un
medio (escrito, hablado, electrónico), propio o de sus empleadores, para
hacerse escuchar. Es decir, no defiende un derecho popular, equitativamente
repartido, sino elitista, monopólico, unilateral y, por tanto, fuente de
abusos, distorsiones y manipulación de la verdad en provecho de intereses muy
poderosos de los que el verdadero pueblo no tiene ni idea.
Tal
situación del noble derecho del ser humano a pensar y a decir lo que piensa, es en su mayor parte responsabilidad del
Estado y del gobierno que lo representa, puesto que son ellos los encargados de
velar por el respeto y real aplicación de esta garantía. Pero, como lo prueba
palmariamente lo ocurrido con el desplegado de Antorcha, la dolorosa realidad es
que, en este terreno al menos, no hemos acabado de dejar atrás la ideología
característica de las monarquías absolutas según la cual, la persona del “soberano”
es intocable, sagrada, y cualquier alusión desfavorable a ella, sin importar
cuán verdadera y justa sea, debe perseguirse y castigarse con todo rigor como
un delito de lesa majestad que pone en peligro la estabilidad del reino o del
imperio. Como dijo en sentencia memorable el virrey Conde de Revillagigedo: al
pueblo sólo corresponde ver, oír, callar y obedecer.
¿Y qué
parte del problema nace del carácter privado de los medios masivos de
información? Es obvio que, dada esta condición, la libertad de pensamiento y de
manifestación libre del mismo queda automáticamente sometida, subordinada a la
propiedad privada, misma que ha sido definida por los clásicos como el derecho al uso y abuso del bien de que
se trate, es decir, que los intereses de sus dueños están siempre por encima del
interés público. Pero en esto prefiero no atenerme sólo a mi opinión, que
pudiera considerarse prejuiciada. Llamo, pues, en mi auxilio, a un escritor y
político cuya opinión no puede ser sospechosa de “izquierdismo” dado que fue, por
mucho, el mejor ideólogo de los conservadores mexicanos del siglo XIX. Me
refiero a don Lucas Alamán, quien en 1848, criticando la libertad de prensa
establecida en la Constitución de Cádiz de 1812, escribió lo que sigue:
“…hecha
ya la independencia, los partidos se apoderaron de la prensa para sostener sus
intereses, pero eran todavía <<intereses de partido>>. En estos
últimos días la prensa ha venido a ser un mero tráfico comercial: el impresor,
por sacar utilidad de su imprenta, establece un periódico y para redactarlo,
ocupa a salario algunos jóvenes que han mal acabado sus estudios de
jurisprudencia o medicina; y los que todavía podrían apenas defender un pleito
o curar una enfermedad grave, se constituyen en directores pagados de la opinión
pública, que extravían a competencia, para hacer que tenga más suscriptores el
periódico que redactan. Todas las naciones están siendo víctimas de esta plaga
asoladora. Y cuando la actual sociedad política haya sido destruida […]
arrebatada al exterminio por el desborde de la prensa periódica asalariada […]
las nuevas sociedades que se formen […] preguntarán con asombro […] ¿Cómo han
perecido naciones tan poderosas y florecientes? A lo que no habrá más
contestación que la que Cicerón dio dos mil años hace a semejante pregunta,
tomándola de los versos de Nevio: “Influyeron en sus destinos, en la tribuna y
por la prensa, jovencitos presuntuosos, ignorantes y novicios en el arte de
gobernar naciones”.
He aquí, de mano muy
confiable, el grave daño que se deriva de entregar toda la prensa, sin
limitación ni regulación alguna en su funcionamiento, a los intereses privados;
de elevar a la categoría de seres de otro planeta, absolutamente incapaces de
error o mala fe (e inimputables por tanto, hagan o digan lo que quieran), a los
“profesionales” de la comunicación, al mismo tiempo que se silencia a sus
críticos y a quienes pudieran hacer algún contrapeso a su poder avasallador; y
del dislate político, tan en boga en nuestros días, de convertir a columnistas
y editorialistas en influyentes consejeros ex
oficio de gobiernos y gobernantes en las delicadas cuestiones relativas al
buen gobierno de la nación. Según don Lucas Alamán, lo que nos espera, de
seguir por este camino, es el caos y la destrucción misma de todo lo que, como
nación civilizada, hemos construido entre todos. Ni más, ni menos.